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“¡QUÉ MIRAS!”. Reflexiones sobre el equipo desde la mesa de Leonardo.

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¡No te digo, ahora la culpa será mía!

Desde aquí poco puedo hacer, por que como no confías en mí, no esperarás que además lo sienta como algo mío.

Y en todo caso, ¿Para qué? Al final, parezco el tonto de siempre.

Foto de T I

El que no participa ni tiene responsabilidad pero debe mostrar buen talante y predisposición en el trabajo. Y me dice que soy importante y que debo estar preparado para en cualquier momento ser el elemento desequilibrante. Eres imprescindible para mí, tu papel es vital dentro de la dinámica del equipo, y otros cuantos mensajes similares más que me venden humo. Entrenamiento tras entrenamiento, con la esperanza de que todo cambie la siguiente semana y que ese sea por fin el partido.

¡Era mentira! Una vez más.

Sin duda alguna eso es lo peor. Las mentiras que envuelven su verdadera opinión de mí. Porque todo se trata de mí y no de mi rendimiento, eso no me lo quita nadie de la cabeza. Se lo veo cada vez que fuerza el gesto para simular que soy uno más.

¡Ahí le tienes al otro! Un día más siendo el importante. El intocable que se permite el lujo de no trabajar porque tiene mucho talento. ¡Ay, el talento! Ojalá yo también tuviera algo de eso. Porque según todos ellos lo mío es el trabajar y ser positivo. Pues yo le miro y no veo nada diferente a mí, nada que le haga tan especial. Sin embargo, parece el patrón por el que deberíamos regirnos el resto. Si ellos supieran…

No es que me guste hablar mal de los compañeros, pero a veces hace falta poner a más de uno al descubierto. Aunque sea en la oscuridad de los pasillos. Meter cizaña o denunciar. Comentar o malmeter. Diferentes puntos de vista dependiendo de quién lo oye y sobre todo del papel jugado en la historia.

Y no es que no entienda la teoría, todo eso de que para formar parte de un equipo hay que sentirse parte integrante de un todo, aunque bajo la luz estén siempre los mismos; que hay que anteponer el interés del equipo a los galones en casaca propia; que debemos ser tolerantes con el error ajeno y reconocer y fustigarnos por los nuestros; que la confianza es fundamental especialmente en los buenos, porque sino se nos vienen abajo y los podemos perder; que la comunicación ha de ser empática y sincera, pero sin pasarse con la dosis y entendiendo las salidas de tono del resto; y que el éxito común es más importante que cualquier logro que nos pudiera hacer sentir importantes momentáneamente, porque eso está reservado a los que llevan el peso de todo el tinglado.

La entiendo, pero no veo porqué ni para qué debería ser yo el que diera ejemplo.

Me miran y no me ven. Y luego me piden que sonría y participe con la actitud eufórica del que sabe que sin él aquello no funcionaría. Ya, ya…

Otra vez mirándome. Y esta vez me habla como si yo fuera el que está ahí dando el cante. Pero si yo estoy aquí sentado tan tranquilo esperando a que todo acabe. Si al final casi le he cogido el gustillo a esto de resignarme.

Total, para lo que me serviría cambiar de manera de verlo todo…

Foto de Jason Rosewarne

Seguro que alguno (de esos comprometidos) me viene a decir cuando esté en el vestuario que tengo cara de que todo me da igual.

¿Y qué se supone que debería de hacer? Fingir que estoy a gusto, claro.

O admitir que sí es cierto que soy importante y que el equipo me necesita, aunque mi papel no tenga la relevancia que yo y los míos creemos que merezco. O dar el máximo para seguir creciendo y de paso, mejorar mi aportación al equipo, ¿No?

O mejor aún, olvidarme de mi ego y convertirme en un elemento de unión, y no el “ángel de la oscuridad” que disfruta con el susurro y los puñales…

¡Quizás algún día!”, dijo Leonardo desde su mesa con una sonrisa, mientras disfrutaba del símil de su empresa con aquel equipo junior de baloncesto de sus años jóvenes.


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